Una de las acusaciones más repetidamente escuchadas en la prensa independiente así como entre la gente que tenía la oportunidad de ver al nuevo presidente de México en actos masivos fue el que no era capaz de improvisar discursos y que utilizaba el llamado telepromter, esa pantalla transparente que muchos políticos usan cuando tienen que dar un discurso público y no desean estar pasando hojas impresas, por lo que su mirada puede estar puesta en el frente y aparentemente en el público que le escucha y al mismo tiempo leer el discurso. Es un recurso válido que permite el lucimiento del político y evita la abstracción en hojas de papel que le impedirían un contacto visual con el público que le escucha. Pero prácticamente a ningún político del mundo le escriben las respuestas que deba dar cuando algún periodista lo entrevista. Eso es lo que se ve en esta entrevista, donde al principio parece que es el propio Enrique Peña Nieto quien responde de su ronco pecho las preguntas que le hace otra periodista de CNN, pero muy pronto, si se fijan en su mirada y en algunos titubeos sospechosos hacia la mitad de la entrevista, podrán percatarse que en realidad él no está hablando con la periodista, sino leyendo las respuestas que alguien más le está escribiendo en el telepromter, y que hacia el final de la entrevista quien le escribe las respuestas que debe dar, recibe una llamada a su teléfono celular (móvil) lo que lo distrae y entonces EPN se queda esperando las respuestas que debe dar, hasta que comienzan a "fluir" de nueva cuenta sus respuestas. Pero el asunto preocupante aquí es que estamos ante alguien que va a gobernar un país complejo y lleno de retos pero es incapaz de articular ideas por sí mismo ante simples preguntas de una periodista. ¿No les daría a ustedes vergüenza que su presidente fuera un imbécil de esa embergadura?
lunes, 9 de julio de 2012
EL PRESIDENTE ELECTO DE MÉXICO NO SABE HABLAR NI ENTIENDE LO QUE SE LE DICE
En esta entrevista, Enrique Peña Nieto evidencia su pobreza absoluta de lenguaje articulado y de capacidad de raciocinio. Su tartamudeo lo muestra como una persona incapaz de entender lo que otra quiere decirle (alguien podría decir en su defensa que su inglés no es muy bueno y que por eso le cuesta trabajo entender a cabalidad lo que le dicen). Con esta prueba de su pobreza intelectual, ya denunciada con antelación y omitida por los medios masivos de comunicación, uno sólo se puede preguntar cómo va a gobernar un país tan complejo como México si no es capaz de entender nada, si su mente deambula patéticamente en busca de las palabras necesarias para apenas balbucear unas cuantas tonterías ininteligibles (tal vez es eso lo que querían quienes lo impusieron: un monigote perfectamente manipulable). En su momento todos los periodistas de Televisa, Milenio y otros medios de comunicación dijeron que no era importante si el en ese entonces candidato del PRI a la presidencia había o no leído libros, si no recordaba haber leído al menos tres, y desestimaron muchas otras evidencias que lo mostraban como un hombre groseramente ignorante. Igualmente se desestimaron otras denuncias sobre su personalidad: hombre violento e intolerante hacia las mujeres, violento hacia sus críticos, hacia los movimientos sociales. Aquí la primer evidencia de que tales señalamientos no eran en balde. ¿Cuánto tardarán sus defensores, los mismos que desestimaron todas las críticas hacia él cuando era candidato, en ver que se cumplan las advertencias lanzadas en su contra?
domingo, 8 de julio de 2012
Hay silencios que pesan como un siglo
No
sé si alguna vez alguien se habrá sentido orgulloso de alguno de nuestros
presidentes de la República. Desde que recuerdo, nunca sentí aprecio por
ninguno de ellos, desde Luis Echeverría, el primero de que tengo recuerdos,
hasta Calderón, nunca vi en ninguno de ellos algún esfuerzo genuino por hacer
algo por el país y sus pobladores, por quienes uno supondría debían velar por
su bienestar y tranquilidad. Es cierto que con la “alternancia” de las
administraciones panistas, apenas dos, las crisis económicas demenciales de las
priístas ya no se han repetido, pero los pobres se multiplicaron sin diferencia
alguna con respecto a sus predecesores, además del baño de sangre dejado como
legado después de apenas dos sexenios de (des)gobiernos panistas, en el fondo
no muy distintos de los de sus predecesores priístas.
Si bien es cierto que incluso con el primer
presidente panista en el nuevo milenio, aún quedaba cierto respeto, cada vez
más ínfimo es cierto, por su figura, ser presidente de la república ya no parece
ser lo que uno podría haber imaginado alguna vez fue o pudo haber sido. Hoy
parece que quien aspira al máximo cargo del país deseara fervientemente sacarse
la rifa del tigre. Y así parece que es. Con Calderón se cumplió cabalmente el
desprecio casi absoluto hacia la figura del presidente, des-sacralizada en su
totalidad por Vicente Fox, quien se dedicó a romper el protocolo y la jerarquía
que debía tener el puesto a su cargo. La entrada de Calderón en un montaje
televisivo a medianoche primero, y su entrada, literalmente por la puerta de
atrás del Congreso, terminó de desbaratar cualquier áurea de respeto hacia su
figura.
La llegada del nuevo inquilino a Los Pinos en la
figura de un político sin credibilidad, a quien casi nadie respeta por su grosera
ignorancia, es la puntilla que necesitaba la figura del Presidente de la República
para que finalmente el desprecio hacia él sea tan escandaloso que éste empezó
desde el año pasado y lejos de haber disminuido se ha incrementado. Será el
primer presidente que ha sido repudiado incluso antes de otorgársele la mayoría
─en realidad minoritaria─ que lo califica como presidente electo.
Es sorprendente que la inteligencia liberal del
país no vea eso, y en su lugar realice ejercicios taxonómicos de la realidad
social, basados en la consuetudinaria práctica liberal mexicana de construir
castillos en el aire, entelequias que muestran el dominio de la racionalidad y
de la civilidad en un país donde la pobreza y la injusticia campean como dientes
de león sobre la pradera. Sólo ven lo que quieren ver: espejismos en medio del
erial que les permita omitir una realidad lacerante mientras se tapan la nariz
fingiendo un estornudo para no percibir el hedor que les rodea. Así de fácil es
ser liberal en un país como México.
Con la llegada del primer presidente repudiado
públicamente antes de tomar la máxima responsabilidad del país uno podría preguntarse
en qué momento ser presidente de la nación dejó de ser un honor para
convertirse en una infamia. Es increíble, nuevamente, que la intelligentsia del país no exija se
limpie la elección y cierre los ojos y se perfume la nariz mientras el próximo
presidente de la república llegará al cargo con el hedor de quien llegó al lodo
y lo dejó peor de como estaba.
La petición que ya algunos liberales y
politólogos hacen de implantar una segunda vuelta electoral no va a servir de
nada si lo que seguimos viendo es un árbitro parcial, que no sirve más que para
hacerse omiso y fingir demencia cuando se le reclama por innúmeras violaciones
durante la contienda electoral.
Pero así es el pensamiento liberal en nuestro
país: persigue un ideal copiado de otras latitudes, de otras realidades, donde
las leyes sí funcionan y los ciudadanos confían en sus autoridades porque
esencialmente quienes mandan allí son ellos, y no la cúpula gobernante. Aquí
debería haber el mismo respeto hacia las leyes que ellos ven en otros países.
Se les olvida que hay una cantidad demencial de mexicanos en la pobreza absoluta,
millones han sido olvidados o criminalizados, y un porcentaje demencial de jóvenes
saben que no tienen futuro. Pero así es el pensamiento liberal mexicano de nuestros
tiempos: se trata sólo de pequeños contratiempos en pos de una mayor gloria, la
que espera a ese México próspero y moderno que desde Porfirio Díaz hasta nuestros
días se viene construyendo. No muy distinto, tal vez, del llamado “mesianismo populista”
como ellos le llaman y al cual condenan porque no respeta esa legalidad ante la
que ellos se arrodillan como ante el santo Grial.
A fin de cuentas, también el liberal mexicano
piensa en una patria generosa que primero debe ser construida mediante leyes y
respeto a esa legalidad, y ya después se verá si queda tiempo para auxiliar a
esos mexicanos rezagados y olvidados por la gloriosa senda del progreso
positivo, tal como la Revolución industrial primero, y las revoluciones
sociales del siglo XX pregonaron. Pero si la Historia nos ha enseñado algo, y
esto deberían saberlo estos historiadores del optimismo, es que ni aquélla ni éstas
hallaron la manera de solucionar semejantes dilemas.
Pero mientras esto sucede, Enrique Peña Nieto
será el próximo presidente del país en medio de burlas, descalificaciones y el
repudio a su persona, no sólo en México sino en el extranjero. Ni eso parece importarle
a nuestra intelligentsia, y ni por
equivocación se cuestionan por qué hay tanta gente que repudia al próximo
presidente aun antes de tomar posesión de su cargo. Haiga sido como haiga sido, a ellos sólo les importa la legalidad
que las instituciones electorales puedan validar.
Y esto es quizá lo más triste de lo que está por
consumarse: una comunidad minoritaria que apela a la civilidad, al respeto a
las leyes, al optimismo del progreso y el bienestar futuro, al sueño de un
paráclito en el que ni ellos podrían creer o de cuya existencia no podrían dar
cuenta de ninguna manera, pero que se niega a ver y a reconocer los signos de
una decadencia no muy distinta a la vivida ya hace un siglo. Hay silencios que
pesan un siglo.
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